Nino, un niño de nueve años, bajito, demasiado bajito cuando comienza la historia, hijo de guardia civil que vive en la casa cuartel de Fuensanta de Martos, un pueblo de la Sierra Sur de Jaén (mi pueblo, y el de Cristino Pérez Meléndez, que inspiró la historia a la autora), conoce a un forastero, Pepe el Portugués, y ya nada será igual. Al final del libro, Nino-Cristino ha devenido otro. Es este otro, no el niño quien narra la historia, de otra manera no hubiera podido explicarla.
De 1947 a 1949, período principal de la historia que nos narra Almudena, en muchos pueblos de España de comarcas montañosas la guerra sigue. A pesar de la propaganda oficial que incuso logra borrar la acción subversiva del sargento Sanchís, los guerrilleros se esconden en el monte y las escaramuzas y ataques se producen constantemente. También las represalias, feroces. Almudena nos muestra esa época de las dos Españas, irreconciliables y terribles. Aunque allí nadie era rojo, por supuesto.
La autora narra con exuberancia de verbo e imágenes, en fin, con maestría, una historia que te arrastra durante 400 páginas, como si de un thriller se tratara. Y, en efecto, encontramos elementos del género negro y de intriga. ¿Quién es ese Pepe el Portugués que a parece de repente? ¿ Y el Cencerro, Elías el regalito? ¿Se resolverá ese misterio? ¿Los buenos podrán con los malos? Al final veremos que sí, que es “una manera de honrar la presencia de los vivos y la memoria de los muertos, una corona de laurel simbólica para el monte y para el llano”, el definitivo final feliz que merecían los que se fueron, y aún más los que quedaron”.
Y es que en esta novela, a pesar de los terrible hechos explicados, de las palizas en los calabozos, del terror institucionalizado, de la injusticia prepotente del vencedor, de los disparos por la espalda con la ley de fugas, nadie es del todo malo, ni del todo bueno. El padre de Nino, el guardia civil, mata a traición a un rojo porque no tiene más remedio, es una orden y no cumplirla significa su muerte y el infierno posterior para su familia, pero cumplirla es su muerte como ser humano, tendrá que cagar con la culpa, a cobardía y la deshumanización. Eso quiere ahorrarle a Nino, su hijo, y en un momento de lucidez decide que aprenda a escribir a máquina, con la esperanza de que lo libre de un futuro como el suyo.
Nada es lo que parece. El personaje de Pepe el Portugués, elemento fundamental de la historia, en apariencia un cobarde, un pobre hombre en connivencia con el poder y que siempre lo sabe todo, llega a Fuensanta cuando comienza la historia y se marcha cuando acaba. Sólo vive ahí tres años, los suficientes para que todo ocurra, y especialmente en el interior de un niño de nueve años.
Almudena elige una voz narrativa arriesgada, primera persona con la mirada de un niño que va haciendo descubrimientos, los mismo que el lector. Un niño que es capaz de estar presente en los escenarios claves y oír las historias fundamentales. Nino, con su nueva mirada nacida de la lectura de los libros de aventuras de Julio Verne, es capaz de tejer un discurso que narra una historia tan espectacular como la de esos mismos libros de Julio Verne.
Así, en cada uno de la tres secciones, correspondiente cada una a uno de los tres años en los que se dessrrolls la historia, nos espera un misterio y su posterior resolución.
En la primera arte Nino descubre el mundo donde vive, nada es lo que parece. Nos dice “Así era el mundo, mi mundo, el lugar donde había vivido durante nueve años, una ciénaga donde los valientes, los leales, los inteligentes, tenían que dejar de serlo si no querían morir jóvenes, y la autoridad se apoyaba en la traición…”. El libro: Los Hijos del Capitán Grnat.
En la segunda descubre el universo de la Rubias y del monte. Descubre el mundo apasionante de los otros.
En la tercera, al despedirse de Pepe el Portugués descubre en quién se ha convertido, “la vida sin él me pareció tan imposible que comprendí que yo también me marcharía, que algún día me iría de Fuensanta de Martos (como mis padres)… Pepe se marchaba … y yo sabía porqué”. La última semana de abril de 1949, la del final de la realidad conocida hasta entonces, la de la historia de la novela.
Otro elemento clave de la novela son los personajes. A los que describe generosamente, con trazos gruesos y con sombras finas. Es quizás, para mi, lo más excepcional de la novela. Eso, y su capacidad para coser las historia y las tramas. Para entremezclar presente, pasado y futuro, los hechos con lo inventado y con lo supuesto, y conducirnos por los senderos precisos para llegar a cada sitio narrado en su momento oportuno, el justo, ni antes, ni después.